No es una novedad que la teoría de que la abstracción moderna está ligada a la representación del paisaje. Ya Robert Roseunblum (1927-2006) en La abstracción del paisaje (2007), aclara el nacimiento de la abstracción pictórica desde el espíritu del paisaje, e inclusive el paisaje del siglo XIX y la tradición romántica del norte de Europa y América como origen de la abstracción moderna. Hasta el Dr. Álvar Carrillo Gil, cuya labor como coleccionista es motivo de este museo, relacionó las sistemáticas formas del mundo microbiológico a la organicidad del trabajo plástico de Gunther Gerzso en la conferencia titulada Lo natural del arte abstracto, presentada en el marco de la magna muestra del artista en el Museo Palacio de Bellas Artes en 1963.
Dentro de la misma pretensión, Después del paisaje exhibe el trabajo de Gunther Gerzso, Wolfang Paalen, Luis Nishizawa, Kishio Murata y Mathias Göeritz de la colección del Dr. Álvar Carrillo Gil, creadores que bajo el lenguaje de la abstracción coinciden no sólo en el tiempo, sino en la inclusión dentro de su discurso de la contemplación del paisaje como recurso pictórico. Esta coincidencia, no del todo banal, es la que unifica el nodo conceptual de la presente muestra. Si bien Carrillo Gil optó a partir de mediados de los cincuenta por el lenguaje abstracto y apostó por los aquí presentes artistas, su predilección se centra en periodos concretos en donde los creadores realizan vinculaciones concretas con una fuente figurativa: el paisaje.
Esto es comprobable en los comentarios realizados por el mismo Carrillo Gil, quien catalogó a Gerzso como un “paisajista abstracto natural”, haciendo referencia a las obras resultantes de sus recorridos por las zonas arqueológicas del sur del país, así como por las generadas por las exploraciones en Grecia. De Murata, elogiaba el implacable talento del uso del color mismo que vinculó con sus dotes contemplativas, en especial a la absorta atención del artista japonés a los jardines de Musashino. Las cinco obras que forman parte de nuestra colección del artista vienés Wolfgang Paalen corresponden a lo que Octavio Paz determinaría sobre el artista como su época de “tempestad florida”, una exploración que también estaría ligada a la exploración de la topografía mexicana. El caso de Nishizawa coincide con los ya nombrados, ya que Carrillo Gil se interesó únicamente en un periodo de producción específico del artista, una serie de dibujos que ahondaban en la observación de las nubes y las piedras. Por último, en el caso de Göeritz, en esta carpeta gráfica que por ocasión de la muestra nos facilita su familia, se ahonda la investigación que el artista realizó sobre las pictografías de las cuevas de Altamira.
Si a veces se ha hablado de la pulsión del Dr. Carrillo Gil como coleccionista, sirva esta exposición de ejemplo para entablar relaciones que desmitifiquen una compra desmedida, y no analizada: Carrillo Gil establecía lineamientos de adquisición coherentemente digeridos según sus intereses. En estas obras se vislumbra lo que Simmel consideró “la naturaleza, que en un ser y sentido profundo nada sabe de la individualidad, es reconstruida por la mirada del hombre que divide y que conforma lo dividido en unidades aisladas en la correspondiente individualidad –paisaje–” (Simmel, 1986, pág. 176).
Curadora: Paula Duarte