Un tiempo después —cuenta la historia de Platón— se produjeron terremotos e inundaciones de extraordinaria violencia y en un sólo día, la Atlántida se desvaneció, y sus habitantes fueron devorados por la tierra…
Las imágenes que forman parte de la exposición El fin del fin de la historia y la hidra venenosa, del artista Taka Fernández, son Génesis y Apocalipsis de un retrato social que se presenta como una masa inerte; la fragmentación de todos los relatos, imágenes e íconos que el creador construye para el espacio del Museo de Arte Carrillo Gil formulan una estética laberíntica, en la que cada fragmento opera independiente pero, a su vez, queda encadenado al continuo temporal de la narración planteada.
Para Taka, el resultado de este exceso de información e imágenes que satura la muestra es la paradoja de una comunidad global, completamente desinformada o bajo un régimen de dopaje manipulativo, donde lo que creemos ver no es más que el espejismo de una realidad de la cual no tenemos plena conciencia.
La exposición reúne una serie de esculturas, dibujos y pinturas que postulan una situación ambigüa: ¿es ésta la visión de una Atlántida imaginaria a punto de colapsar y desaparecer o es la visión apocalíptica de un mundo futuro planteado desde las cenizas de una gran ruina? La “hidra venenosa” a la que el artista alude representa al virus endémico donde cualquier trascendencia social, histórica o temporal, es absorbida por la masa en su inmanencia silenciosa, hacia un cataclismo pasivo.
La muestra inicia con un tapiz de dibujos, muchos de los cuales fueron sacados de los cuadernos personales de Taka a lo largo de toda su trayectoria artística. Estos trabajos son la base del proceso de un artista que ha sabido matizar una realidad tan compleja a través del eclecticismo, en un país donde regularmente el sincretismo ha sido el procedimiento para la asimilación cultural.
Este bombardeo de imágenes confluye en una de las principales obras de la exposición: un túnel a través del cual nos vemos obligados a pasar para continuar con el recorrido, y que nos ciega en una ilusión óptica como metáfora de un mundo que se viste de apariencias. Al salir nos encontramos con una serie de pinturas de gran formato sintetizando ese paroxismo sistemático y acumulativo que remite al caos de la sociedad actual, aludido también en sus dibujos.
Las esculturas representadas a lo largo de la exposición son escenarios de una civilización en crisis. Forjadas sobre lo que parecerían plataformas petrolíferas descansan maquetas compuestas por diversos materiales constructivos combinados con objetos obtenidos de material de desecho. Como en el clásico de Tarkovsky, Stalker, o la opera prima de Luc Besson, El último combate, estos escenarios representan los despojos de una civilización arrasada. Los paisajes corresponden a enormes desiertos, ciudades, casas, vegetaciones intensas o ríos desbordados que inundan y empapelan las ruinas de un planeta agotado por el excedente.
El payaso del poder capitalista, presente en muchas de las obras anteriores del artista, es el rey de esta serendipia escenográfica. Representado en varias de las composiciones pictóricas, dibujos y videos, este clown corrosivo es la misma esencia de El fin del fin de la historia y la hidra venenosa, la cual se esparce silenciosa en todo orden y sistema político social.
Taka sitúa al capitalismo como el orden que es capaz de disolver no sólo la vigencia de los materiales sino también al orden simbólico que dotaba a los objetos de una identificación definitiva. Al igual que la rapidez con la que los media son capaces de convertir el suceso de ayer en historia, también la producción sin medida del exceso capitalista consigue crear una absoluta dinámica de obsolescencia.
En la exposición de Taka no hay un Heracles dispuesto a derrotar a esta hidra policéfala de aliento ponzoñoso. El héroe mitológico es sustituido por este personaje macabro y burlón carente de remordimientos que nos alienta entre carcajadas a la amnesia colectiva.