Pareciera que todo escultor está obsesionado con la forma; que todo ceramista lo está con el volumen, y todo grabador con la tinta. Para Waldemar Sjölander, quien fue todo esto y a la vez pintor, su mayor obsesión era el color; de ahí Färg, palabra que encabeza el título de esta muestra. Sjölander, quien se formó como acuarelista en su natal Suecia, inconforme con la sobria inspiración tonal que le ofrecían los matices de las tierras nórdicas, decide emprender la utópica búsqueda del color en América.
El artista encuentra en el tardío expresionismo de Edvard Munch, a quien conocería en Oslo, un punto de referencia; sin embargo, no se casa con un movimiento y, tras su primer contacto con el continente americano, decide inmiscuirse dentro del más profundo paisaje del sur de México. Toparse con el Itsmo de Tehuantepec y las ricas formas que acompañaban los colores de las vestimentas propias de las tecas, le abrió una puerta a un complejo universo de experimentación, en la que los entramados de las técnicas plásticas se engranarían en un mecanismo casi urobórico: en el que el grabado provoca al gouache, el gouache al óleo, el óleo a la talla, la talla a la fundición y visceversa. De ahí el prolífico y multidisplinar cuerpo de trabajo que se exhibe en el Racionalismo Espontáneo de Waldemar Sjölander, a quien otorgaremos el beneficio de esta doble naturaleza, un artista de carácter metódico, pulcro y detallado que encontró en la espontaneidad y franqueza de las comunidades zapotecas una oportunidad de inspiración y arraigo.
Färg presenta cuatro ejes que narran el proceso creativo del artista desde 1930, antes de su llegada a México, hasta momentos previos a su muerte en la Ciudad de México, en 1988. Recorre desde sus primeras experimentaciones con la aguada, cuando aún se adscribía a los Coloristas de Gotemburgo; su llegada y experimentación gráfica en el Istmo de Tehuantepec; la transición de la bidimensionalidad a la escultura, y, por último, el lenguaje de la no figuración. Este ultimo núcleo evidencia quizá una de sus más profusas líneas de trabajo, en la que reafirmaría su convicción en la inexistencia de la abstracción, en tanto para él todo hacía parte de la realidad.
Esta no pretende ser otra más de las muestras retrospectivas realizadas en su nombre, sino una invitación a revaluar la injerencia de los artistas extranjeros que como Waldemar, por advocación o encanto, decidieron nutrir el panorama del medio artistico mexicano de la mitad del siglo XX. Sjölander no solo fue indispensable dentro de la conformación de los nuevos lenguajes plásticos posteriores al muralismo, adscrito por voluntad ajena a la generación de la Ruptura; también impartió desde la cátedra novedosos acercamientos estéticos y técnicos para la exploración de la no figuración y el lenguaje escultórico.
Sirva pues Färg/Color. El racionalismo espontáneo de Waldemar Sjölander para honrar a quien a pesar de gozar de reconocimiento en su natal Suecia, sucumbió a los encantos de las tierras mexicanas, pero no por ello a los lenguajes artísticos aquí impuestos. Tal como él mismo mencionó: “En México hay buenos motivos y buenos colores; esos son también peligros tangibles. Un artista debe expresar sus propios colores, mostrar su propia paleta”. Esto es evidente en su propuesta aquí expuesta: novedosa y sensible con el tiempo, coherente con su investigación y sólida como cuerpo de obra.
Paula Duarte